Por Jesus Alcoba. Director de La Salle International Graduate School of Business.
A menudo me sorprende lo fácil que resulta definir la relación que existe entre el liderazgo y las cuestiones que afectan a la situación de una empresa en el mercado, y lo difícil que es trasladar estos conceptos al ser humano. Toda empresa, decimos, mantiene una posición respecto a sus competidores y productos o servicios sustitutivos que normalmente se traduce en una determinada cuota de mercado. Y toda empresa tiene sus dirigentes, que son las personas que tienen claro hacia dónde hay que ir y que se esfuerzan por trasladarlo a sus colaboradores. Lógicamente es a esos líderes a los que se pide responsabilidades cuando las cosas van mal, y en los que se confía en tiempos de incertidumbre.
Lo que a menudo nos resulta difícil de asumir, que no de entender, es que el dirigente de nosotros mismos somos cada uno de nosotros. Hace tiempo que sabemos, por ejemplo, que la fundamental responsabilidad sobre nuestras alteraciones emocionales, al menos sobre buena parte de ellas, es nuestra y solo nuestra. Es muy común, sin embargo, que cuando nos sentimos mal busquemos responsabilidades a nuestro alrededor, y muchas veces en el pasado. Estamos tristes porque hace unos meses que nos ha pasado nosequé, o disgustados porque alguien nos ha dicho loquesea, o desmotivados porque nosequién no tiene en cuenta nuestra opinión en las decisiones que se toman en la empresa.
Es ciertamente útil hacer estas consideraciones porque así podemos mantener nuestros estados emocionales alterados el tiempo que queramos, o al menos hasta que la situación que, a nuestro juicio, los provoca cesa. Y así, permanecemos enfadados hasta que fulanito nos pide perdón, frustrados hasta que menganita nos hace un poco de caso, y tensos hasta que el jefe por fin se lee el informe que hemos preparado. Todo esto, como es fácil deducir, no sólo no resulta productivo, sino que muchas veces nos bloquea y obstaculiza nuestros objetivos profesionales o personales. Mientras permanecemos alterados no pensamos con claridad, no sentimos con fidelidad y desde luego no actuamos con eficacia.
El origen de nuestros problemas emocionales muchas veces no está en el resto de personas o acontecimientos que nos rodean, y por supuesto no está en el pasado, sino en nosotros mismos. Entre otras cosas porque el pasado es simplemente una recreación que hacemos de una serie de acontecimientos a los que damos más o menos valor dependiendo de nuestra particular forma de ver el mundo. Así, mientras que algunas personas recordarán un proyecto o un viaje como el más importante de su vida, para otras personas que también estaban allí ese viaje o ese proyecto no serán sino uno más. Dos personas que han estado en una discusión siempre recuerdan frases diferentes y desde luego cada uno otorga un valor distinto a la disputa. Tan distinto que suele ser opuesto.
También es fácil darse cuenta que las palabras y acciones de los demás tienen, en general, el valor que queramos darles. Hace tiempo que Victor Frankl dijo que lo único que a nadie le pueden sustraer es cómo decide tomarse las cosas. Que esto lo haya dicho una persona que ha sobrevivido al horror de un campo de concentración le otorga un gran valor, y desde luego nos hace pensar si no deberíamos tomarnos un poco más en serio que realmente dirigimos la empresa que somos cada uno de nosotros. Que si la empresa va mal es a nosotros a quien hay pedir responsabilidades y que en tiempos de incertidumbre en quien debemos confiar, por encima de todo, es en nosotros mismos. Para eso somos los jefes.
Artículo publicado originalmente en www.dirigentesdigital.com