Jesús Alcoba González. Director de la Salle IGS of Business.
En nuestra vida profesional estamos muy acostumbrados a la gestión de cadenas de valor y hemos adoptado metodologías variadas que fijan objetivos, establecen acciones y evalúan resultados, y desde hace años todos estamos concienciados de la necesidad de la gestión estratégica y de la mejora continua para la supervivencia de las empresas. No sé si usted tendrá la misma impresión, pero a mí me llama la atención la cantidad de tinta que se ha vertido sobre la diferenciación y la mejora continua en las organizaciones, y lo poco que se ha pensado sobre cómo estos conceptos se pueden aplicar a los seres humanos.
Una vez le oí decir a Michael Porter que si las batallas se libran únicamente en el terreno de la reducción de costes lo que se logra es estrangular cada vez más a los departamentos que agregan valor a la cadena, y esto puede acabar comprometiendo seriamente la viabilidad de la compañía. Lo oportuno por tanto es jugar la carta de la diferenciación y hacer propuestas únicas que establezcan diferencias claras. Si el cliente ve dos productos idénticos comprará el más barato, pero si son distintos adquirirá uno u otro dependiendo de las características que tengan. Esta es la clave del pensamiento estratégico, que es a las empresas lo que la brújula a los barcos.
Supongo que reflexionamos poco sobre el hecho de que a las empresas las tensiones del mercado les instan a una evolución constante y a luchar por seguir a flote, mientras que los seres humanos, al menos en apariencia, no sufrimos esta presión. Y quizá esto es lo que nos lleva a evolucionar de modo desatendido o, mejor dicho, a no evolucionar. Las personas carecemos de estrategia: navegamos mar adentro sin rumbo. Por eso yo me pregunto: ¿qué aportamos cada uno de nosotros de diferente a las personas que trabajan a nuestro lado, a nuestros clientes, a nuestra empresa? ¿Y cómo mejoramos lo que ofrecemos?
Hoy se habla mucho de marca personal, de cómo posicionarnos, de networking y de mil cosas más, que sin duda llaman la atención sobre la dimensión individual del tejido productivo. Sin embargo tenga en cuenta que una cosa es cómo los demás le perciben, que es una cuestión de marketing, y otra es quién es usted y quién quiere ser, que es una cuestión de estrategia. A mí siempre me ha gustado más la estrategia que el marketing.
Yo pienso que el valor empresarial comienza generándose dentro de cada persona para luego producirse a escala organizacional: hay que microproducir para macroproducir. Por eso pensar estratégicamente en nosotros mismos no sólo nos ayuda a crecer, sino que ayuda a crecer a la empresa.
Ahora bien, lo más importante, en la empresa y en la vida, en la vida de las empresas y en la empresa que es la vida, es cuál es el rumbo, hacia dónde nos dirigimos, hacia dónde va cada uno de nosotros y, sobre todo, si hoy estamos o no más cerca del puerto al que queremos llegar.
Una vez definida la dirección luego solo es cuestión de encontrar la fuerza que hinche las velas pero, y esto es importante, sin intentar hacerlo todo a la vez, porque es muy cierto que no se puede navegar a saltos. Aunque sí se puede, y yo creo que se debe, intentar una cosa nueva cada semana, o cada mes, o cada seis meses. El caso es no dejarnos ir por el día-a-día, ese fenómeno tan intangible como cruel que nos arrastra como la marea y nos deja arrugas en la cara, y a veces en el alma, sin que hayamos podido saber siquiera qué fue exactamente lo que las causó.
Y usted, ¿sabe hacia dónde se dirige?